
Todo comienza igual, me levanto y veo el cielo claro, muy claro, que tristeza que todo este día lo tenga que consagrar a una llamada la cual me va a dejar postrado en la cama esperándola como cuando un enfermo aspira la muerte. Pero como dicen las malas lenguas y los pronósticos vulgos, las cosas buenas toman su tiempo.
Estoy realizando cualquier actividad que parezca normal para no caer en la depresión porque si sale el “toque” tengo que guardar todas las energías para esas horas de satisfacción, de alegría y por supuesto mucha fiesta, baile, cultura y licor. Suena el teléfono, preguntan por Sebastián y mi madre me contacta, cuando contesto es nada más y nada menos que Elizabeth una estudiante de psicología, quien después de arrojar de sus labios un glorioso si, se convierte en mi empleadora y yo en su empleado por una noche, no piensen mal que no es nada relacionado con sexo ni nada por el estilo, es mejor un si que a partir de ese momento va a cambiar la monotonía de una reunión que van a realizar los estudiantes de su universidad.
Ahora si llega la luna hermosa con sus manchas grises y sus pequeñas guardaespaldas, las estrellas. Miro el reloj y son las 9:00 pm, me dispongo a salir porque el transporte ya me espera, me encuentro con mis amigos y emprendemos el viaje con destino al edificio Nuevo Bombona ubicado en lo más alto de Prado centro.
En el viaje todo transcurre normal, muy estándar, conversaciones cruzan nuestros tímpanos en el transcurso del viaje para no dormirnos o para distraernos mientras llegamos a nuestro punto de encuentro con los psicólogos en formación.
A unos cientos de metros para llegar a nuestro destino, de un momento a otro, sentimos un golpe muy fuerte en la parte de atrás del automóvil, nos detenemos, y el conductor se baja. Como me lo imaginé nos acaban de chocar, pero no fue nada grave, peligroso es donde nos chocaron, las calles no parecen calles sino bocas de cemento gigantes que contienen miles de bacterias que en cualquier momento están dispuestas a atacar a los más indefensos, a nosotros. Habitantes de la calle hay por montones, y mientras el conductor arregla el problema con la amable señora que por ningún motivo le dio dificultad en golpear el carro, nosotros esquivamos las miradas de persona hambrientas y recibimos consejos de algunos hombres de la calle los cuales nos dicen que no perdamos de vista a los otros, a las hienas que tienen sed.
Media hora después de dicho frenesí, se nos ocurre la idea de coger un transporte público llamado taxi, estamos retrasados y son las 10:30 pm, pero con los estudiantes no hay problema porque en algún momento nos comunicamos con ellos comentándoles sobre el incidente.
Llegamos al edificio y subimos a la terraza convirtiéndola en nuestro escenario. Y que suenen los tambores, los porros las cumbias colombianas y la música con la que hacemos bailar hasta al más “depresivo”, varias canciones interpretamos hasta que comienza a chispear agua acida del cielo lo cual no impide la continuación de tan alegre cortejo. Pero lo que sí logra una pausa en la fiesta es la visita del celador de la residencia quejándose del ruido que escuchan los vecinos que no pueden dormir. Lo único que este individuo logra es que todos los participantes nos cambiemos de altura encerrándonos en el apartamento de una de las estudiantes.
Todo transcurre muy normal hasta que suena la puerta, alguien abre, y se ven dos cuerpos verdes con un degradado blanco en lo más alto de su cabeza, claro dos policías que vienen a detener todo, parece que hubiesen llegado con un poder donado por medusa convirtiendo de inmediato a todos nosotros en piedras bióticas.
Los policías se van pero logran que el volumen del equipo sea bajo y que ya no haya música en vivo, cierran la puerta y parece que nadie ha salido del hechizo porque no es lo mismo de antes, ya nadie baila, todos están sentados, la música, ni que hablar.
Todo comienza a tornarse aburridor, solo hay licor toca bailar con la música muy suave que hasta parece una presentación de mimos.
Alrededor de las 2:30 de la mañana los integrantes de Son Caribeño decidimos despedirnos y dejar el lugar, llegamos a nuestras casas y todo termina por este sábado, pero se convierte en una experiencia más del grupo y solo queda pensar en cómo nos va a ir el próximo “toque”.
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