A
unos cuantos metros, grita Santiago con palabras parcas, pero las que lo dotarán
de colores brillantes para atraer a una lúcida joven.
-
¡Señor! una copa para esa hermosa mujer, por
favor.
Santiago
está acompañado por su mejor traje. Una gorra nike de color blanca que hace
juego con su chaqueta de cuero y sus tennis de la misma marca. Un blue jean
casual desteñido, algo apretado que dejan ver sus piernas formadas. Santiago parece
ser la reencarnación de “El David” creación de Miguel Ángel. Su ego se ve en la
forma de dialogar, de caminar y hasta su presencia guarda un estilo de gentileza
frustrada.
La
mujer, de vestido rojo cosido a su cuerpo delinea sus curvas. Se ve tan
perfecta como los trazos de las montañas sobre el cielo. Sus manos muy descubiertas
son grandes caminos verticales que llevan la mirada a pecar hasta un escote que
deja ver sus senos. Grandes y estancados
en silicona. Acepta sin compromiso el licor ofrendado por el buen samaritano. La
mujer tiene un aspecto de estar sedienta. No sólo de licor, sino también anhelante de
sexo casual.
Mientras
que van siendo las 9:00 pm. y muchas personas ya tienen un grado exagerado de licor
en la sangre. David camina hacia una entrada fosca. Un bar que bautizado cuando
niño, sus padres decidieron llamarlo Durden. Como el nombre de Tyler Durden de
la película Figth Club. David al subir las primeras escalas del bar, cambia de
mundo y entra en la psicodelia enmarcada por el rock. Grafitis con colores
fuertes que representan todo tipo de sentimiento artístico: fisonomías incompletas,
líneas torcidas, círculos, cuadros. Son lienzos blancos que protestan contra la
oscuridad de la entrada y elevan banderas amarillos, rojas, verdes, fucsias,
azules. David llega hasta la barra y al escuchar “I Would Die For You” de
Garbage su mundo se complementa por un ambiente vampírico que en pocas horas
estará rodeado de mujeres bailando agarradas de su sensualidad con las manos. Muchos
besos por el camino y el ambiente perfecto para una noche trastocada. Una noche,
cómplice de varias historias que se fundan en el
bar. Al igual David, que bañado en cerveza sigue mezclando licores, sabores y
colores para complacer a sus clientes y hacer que la noche explote. Fuma, bebe y baila sumergido en su mundo, en
su bar.
La
mujer del vestido rojo se acerca a Santiago. Como si fueran vecinos. Como si se
conocieran desde niños. Se saluden de beso en la mejilla y comparten un brindis
por la noche que les espera. La conversación parece ser teatral de un hola cómo
te llamas, qué estudias o a qué te dedicas. Eres soltera o casada. Respuestas
que la mujer del vestido rojo exhala al oído de Santiago, pues el volumen de la
música es suficientemente duro para evitar percibir cualquier grito de muerte,
o de atraco, o como dicen por ahí “de puñalada bailable”.
Pasan
unos cuantos minutos y ya hay varias copas sobre la mesa que van llegando a su
agonía. Santiago se ríe y la mujer del vestido rojo le responde con los ojos
brillantes. Ahora, dentro de Ottawa las cosas se ven más bonitas. Las paredes
iluminadas por moradas partículas de neón. Los muebles blancos llenos de
cabelleras largas, rojas y amarillas. Minifaldas, escotes. Caras de hombres
sospechosos de cometer algún crimen y de tener en la nariz algo más blanco que
la respiración. Santiago entra en ambiente y de un empujón invita a bailar a la
mujer del vestido rojo. Ella, de espaldas y él por detrás hacen la agraciada
coreografía, mientras que en la discoteca suena la canción de Arcángel:
“Entonces mami, deja el novio que tú tienes y, dile que tú no lo quieres que me
prefieres a mí. Si tú te vuelves loca por mí y yo me vuelvo loco por ti”.
En
Durden siguen entrando personas. Se acomodan en las mesas para pedir un shot, o
tomarse un cóctel costoso que les suba la vehemencia a lo más alto de su
cabeza. Los excesos dominan el ambiente. El lugar huele un poco a alcohol, un
poco a sexo, un poco a rock. Las personas que van queriendo perder el control,
al parecer, están encontrando el orgasmo de la noche. Todos mueven sus cuerpos
calientes al ritmo de la voz de Joan Jett y procuran ser lo bastante sensuales
para agradarle al otro.
En
una esquina del bar dos mujeres, vestidas de negro, se besan con una pasión
envidiable. Sus cuerpos mojados están tan cerca que casi rozan sus sexos.
Ahora, han decidido dejar de lado la proxemia y permitir que el licor recorra
sus cuerpos, llegue a sus cabezas y saque su lado salvaje.
La mujer de vestido rojo, extasiada extiende su brazo derecho
para encontrarse con la mano de Santiago. Ya es ella la que invita a bailar. En
la pista, parece que las almas del infierno fueran a ser eximidas de sus
pecados. La pareja busca un rincón para dejar sus gotas de sudor en el suelo.
Puede ser la canción preferida de la mujer del vestido rojo. La baila como
nunca, la canta como si fuera la última vez que tuviera voz. “Deja que la maldad nos
domine, y que el deseo haga que conmigo termines. Si te sientes sola ya no
te valora. Escápate conmigo y olvídate de las horas”. Su
trasero está más cerca de las piernas musculosas de Santiago. Las manos del
hombre recorren la figura de la mujer como lo hace un carro por la autopista
sin peajes, sin limitaciones, sin carros. Su aroma ya hace parte del abdomen de
Santiago. Su respiración frota el cuello del hombre. Sus latidos suenan
estridentes sin perder el ritmo de la música. Y Así dan las 12 m, y la noche
sigue en vibración, contando una historia que se titula sexo, deseos, y alcohol.
Durden tiene una barra colosal. Color café con unas 5 ó 6
sillas. Entre ellas, el chico solitario
de la noche fuma marihuana y toma uno que otro shot. Su atención está centrada
en una mujer que tiene el cabello incendiado con un rojo espeso. Mientras ella
baila, se hace terriblemente irresistible para él. La mira de pies a cabeza. Alucina
con sus formas casi perfectas y su cabello. Ese cabello que lo envuelve en
llamas y lo atrapa hasta dejarlo demente. Deseoso de tenerla en su cama con su
piel totalmente expuesta a sus ojos.
El
tiempo transcurre, y ya van siendo las 2:00 am. Hora en que los cuerpos que no
han fallecido, están cansados y quieren dormir. Santiago pide la cuenta que no
supera los 200.000 pesos. Y una fiesta que comenzó solo, cambia su desenlace al
irse acompañado de la mujer del vestido rojo. Un carro de color amarillo es el
único testigo del final de está pareja que por donde caminan dejan huellas de
derroche sexual.
Se
prenden las pocas luces amarillas. La música deja de existir y las caras
cambian de aspecto. Durden cierra sus puertas y en la calle se ve una marcha
imperfecta y desordenada de borrachos. Otro día transcurre con normalidad,
convirtiéndose en noche. Una noche trastocada donde los jóvenes salen a
divertirse, cada quien en su ambiente, cada uno con su forma de ser. Y cada cual,
con una historia que recordar.